El original almacén Don Manolo sobrevive en la vereda de enfrente a la mole de cemento donde un ejército de carritos metálicos aguarda ansioso a los feroces clientes dispuestos a gastarlo todo. Mientras, del otro lado, el pequeño sueño de inmigrante español pelea sus días con la tradicional libreta oscura de Manuel como escudo de combate.
Me quedan sólo cincuenta metros para llegar a la esquina, tu esquina. Tengo la leve impresión de que te voy a encontrar allí parada frente a la vidriera de la librería acariciando el gato hambriento de Manuel. Me desespera saber que esa ilusión sólo me dura no más que un abrir y cerrar de ojos, porque ahora desde mi esquina solo puedo ver el vacío que dejaste en mis mañanas frías.
Ya no hay clases de francés, ya no quedan meriendas en casa, sólo me quedo tomando un café vienés a secas porque las galletitas de limón las hacías vos.
Sé que ya no estás, y que no volverás, pero en algún momento, seguramente, iré por allá arriba a tu encuentro.
Rocha (2/8/2003-2/8/2005): aún así dos años después todavía me pregunto cuándo volvés...
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