"DEDICADO a los pecados de la juventud, al desorden de principios como medio en la universal era del universal desencanto y a la absoluta rebelión frente a la totalidad de la simpleza, así como a la libertad en sí misma..."Alfred Jarry

lundi, avril 16, 2007

Manhattan (1979)
Woody Allen


"Nada que valga la pena, puede ser entendido con la mente."

Ike, un cuarentón que perdió su dignidad sexual en la cama de su mujer bisexual devenida en lésbica, se enamora sin darse cuenta de Tracy, una niña de apenas 17 años de rasgos angelicales y minúsculos modales. El íntimo amigo de Ike, Yale, se acaba de enamorar de una mujer bastante más joven que su esposa, impulsiva, intelectual y muy atractiva mientras que Mary, la mujer que no usa rimel porque sale con este hombre casado, lo ama, o eso cree ella, aunque no termina de olvidarse de aquel ex que le enseñó absolutamente todo en la vida, a quien recuerda magníficamente perfecto, casi como un genio. Yale decide presentársela a Ike quien se nota tan avasallado por la presencia de Mary que termina detestándola en no más de diez minutos luego de conocerla, a pesar de ello, le empieza a tomar el gusto y termina cayendo bajo sus encantos, librando, al poco tiempo, a Tracy a su suerte.

Manhattan, entre otras cosas, trata de las diletancias sentimentales de dos parejas y una jovencita que está a punto de tomar un avión rumbo a Londres: de la incoherencia del amor, de las parejas, los desacuerdos, los engaños, los equívocos y el nacimiento de una relación en un mítico banco con dos figuras en la noche frente al puente de Brooklyn, de esas carreras antológicas por calles neoyorkinas llenas de semáforos que hacen los enamorados desesperados en busca del último suspiro antes del adiós. Ayer se amó a una mujer y hoy se ama a otra distinta porque el corazón, afortunadamente, es un músculo muy muy elástico.

Manhattan , por su adultismo, su blanco y negro, logra cautivar la mirada del espectador inquieto por tener tanta clase y ser un filme invulnerable al paso del tiempo, por esa obertura que lleva implícito un neón con el título, de fondo suenan los acordes de George Gershwing. Por describir, y descubrir, con puntería lo complicado de los sentires y de los pensares. Por hacer prácticamente nuestra a esa élite alleniana, sofisticadamente problemática y a veces tan snob que incluso osa incluir a Bergman, y por qué no a Mozart, en la Academia de los Sobrevalorados. Por remitirnos a un mundo que sólo existe en las películas de Woody Allen. Y porque, seguramente, Manhattan forme parte de esa lista de cosas que hacen que ir al cine valga la pena.

Comprendo lo premeditado de un mosaico que va y que viene en el tiempo, y en cambio lo mágico de ese transcurrir, en blanco y negro, sin que casi se note porque el rapsoda compuso una historia clásica. Un clásico.

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